¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la palabra joto? La respuesta es sencilla: Lecumberri; o como muchos decidieron llamarle: el Palacio Negro. La cruel prisión conformada por 804 celdas y una torre de vigilancia de 35 metros de altura, contaba con crujías que se dividían por secciones. “A” por robo, “B” por delitos no graves, “L” por fraude, “O” por terroristas y asalta bancos, “D” por delitos con sangre de por medio, y finalmente “J” por… -¡Espere! Aquí debe de haber un error, oficial. ¡Yo no hice nada malo!- Grité mientras me arrestaban a la fuerza. -¡Cierra la boca, enfermo de mierda! Eres un…– Joto.
En la crujía “J” se encerraban a todos los homosexuales que eran acusados por llevar un estilo de vida “escandaloso” y por cometer “faltas a la moral”. De ahí viene el nombre. En ese lugar nos violaron. Nos golpearon, nos maltrataron y nos humillaron. Nos llamaron cerdos, nos trataron como enfermos depravados. Y me pregunto- ¿faltas a la moral? ¿Ellos nos van a venir a hablar a nosotros de moral? ¿Es que acaso es más digno de ser hombre un asesino violador que un homosexual? Y si es así… ¿qué es ser un hombre? Porque si ser un hombre significa ser un falso moralista; alguien inseguro, violento y cruel que siente una constante amenaza hacia su hombría… entonces yo no quiero ser un hombre.
¿Quién soy entonces?
Pasé años en mi sucia y diminuta celda haciéndome esa pregunta. Me odié a mi mismo durante mucho tiempo, hasta que esas pocas palabras me cambiaron la vida. -No lo sé, André. ¿Por qué yo? ¿Por qué Dios me odia tanto? ¡No entiendo, carajo! ¿Qué hice mal?- Lloré. Lloré mucho. -Mírame a mí, ¿sí? No a ellos.- Me dijo mi mejor amigo. -Eres mi soporte, mi refugio, mi hogar… Eres la familia que, aunque sí tuve, decidió abandonarme. Eres tú. –Sonrió y soltó una pequeña carcajada.– Y sí.– Tomó mi hombro y le dio un apretón. –También somos los malditos jotos de Lecumberri.
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